La progresiva mejora
del clima unido a la retirada de los hielos glaciares le obliga a adoptar nuevas formas de supervivencia que
dejarán también su huella en las manifestaciones artísticas. Las tribus ven
aumentado el número de individuos y ello desemboca en una jerarquización de la sociedad, así como en la aparición de
conceptos como la propiedad o el
comercio. La espiritualidad
también se hace más compleja y el progreso técnico experimenta un notable
desarrollo, fruto de las necesidades del nuevo modo de vida.
A toda esta serie de cambios fundamentales para la evolución
del hombre se les conoce como la Revolución Neolítica y sus resultados pueden
constatarse en lugares tan distantes como Europa, el norte de África, Rusia o
Próximo Oriente. Desde luego cada zona tiene sus particularidades y sus propios
límites cronológicos, pero los rasgos generales son coincidentes en casi todas
ellas.
La cerámica cobra
una gran importancia durante el Neolítico ya que los grupos sedentarios
necesitan de mayor cantidad de recipientes para almacenar los alimentos y el
agua. Aunque no presentan formas excesivamente complejas, son vasijas muy funcionales, con decoración
geométrica a base de líneas, triángulos o círculos, que adoptan variadas
tipologías y cuya técnica deriva de la cestería. Se realizan a mano, ya que
el torno sólo se empezaría a utilizar en la época de los metales, y se dejan
secar sin cocerlas en el horno.
Uno de los ejemplos más representativos y bellos tiene su origen en España, con la cerámica
perteneciente a la llamada Cultura del
Vaso Campaniforme, que llegará a extenderse por el resto de Europa. También
es muy representativa de este periodo la conocida como cerámica cardial, por
estar decorada con dibujos realizados mediante la concha de un molusco llamado cardium edule, el berberecho. Las
incisiones, a menudo combinadas, buscaban
efectos simétricos.
Junto a la cerámica,
en las sociedades sedentarias comienzan a destacar otras actividades hasta
entonces desconocidas como la elaboración
de tejidos y el pulimento de la piedra. Ésta última, haciendo uso de
piedras más duras, permite la fabricación de herramientas mejores y más
eficaces, como hachas y utensilios agrarios, y es de hecho este fenómeno el que
da nombre al periodo neolítico (etimológicamente significa "piedra
nueva").
La aparición de la
agricultura hizo que la vinculación a la tierra se hiciese más fuerte y
comenzaran a desarrollarse aspectos relacionados con la fertilidad, los ciclos
vegetales o los fenómenos celestes.
Hay una gran
producción de estatuillas y relieves asociados a dicho culto. Generalmente
son figuras con formas femeninas,
algunas embarazadas o con atributos como aves o serpientes y decoradas con
zig-zags y líneas onduladas que se cree tenían la finalidad de propiciar las buenas cosechas.
Al trabajo en piedra se une ya el modelado en arcilla. Además, derivado de la
necesidad de conocer más exactamente la naturaleza para sacar más rendimiento
al nuevo modo de vida basado en la tierra, surge un interés por la naturaleza
que da lugar a un incipiente desarrollo
de la ciencia. Los calendarios y las mediciones astronómicas son el
resultado, y de hecho, algunas de las construcciones de aquellos tiempos que
han llegado hasta nosotros se han interpretado como observatorios y lugares
para realizar mediciones celestes.
El final del
Neolítico vendría marcado por un nuevo avance tecnológico: el
descubrimiento de las propiedades químicas de los metales y su utilización para crear herramientas. Llegaría así la
edad de Bronce, y con ella, el paso que llevaría a nuestros antepasados a dejar
la Prehistoria para adentrarse en la Historia.
Pero si tenemos que destacar una manifestación
característica del periodo neolítico, esta es sin duda el fenómeno del megalitismo, construcciones realizadas con piedras
de gran tamaño que se cree tenían una finalidad funeraria (el término procede
de las palabras griegas mega grande y lithos, piedra. Son las primeras
construcciones del hombre prehistórico que han llegado hasta nosotros gracias a
que se protegían con capas de tierra y piedras formando túmulos.
Se pueden distinguir varios tipos de monumentos: los menhires o enormes piedras clavadas
verticalmente, los dólmenes que son
estructuras formadas por varios mehires rematados por otras grandes losas
horizontales o los cromlech, círculos
formados por varias de los elementos anteriores cuyo ejemplo más representativo
es Stonehenge. Sin embargo existen otras
formas como alineamientos, taulas, navetas, etc.
Los sepulcros megalíticos solían tener una cámara sepulcral
en la que se depositaban los restos humanos (generalmente inhumaciones
individuales sucesivas). Podían presentar galerías o corredores y se hacía uso
de la mampostería para levantar falsas cúpulas. Además existían tumbas en forma
de cistas e incluso cuevas artificiales.
La pintura se
caracteriza por su esquematismo y por su marcado carácter simbólico. A
diferencia de lo que sucedía con el arte parietal paleolítico, el de esta etapa
ya no suele representarse en el fondo de
oscuras cavernas sino más cerca de la entrada de las cuevas o incluso fuera de
ellas, al aire libre, como parte de la decoración de estructuras
arquitectónicas o de esculturas.
Los colores usados siguen siendo los mismos, sin embargo
ahora la figura humana está más
presente que antes, siempre representada de una manera muy esquemática y generalmente formando escenas que
pueden ser de caza, domésticas, etc. y que en
ocasiones incluyen símbolos solares, estrellas o elementos de la naturaleza,
así como otros asociados al poder o a la fecundidad. Las representaciones de
animales sufren también un proceso de abstracción aunque, como siempre, la
evolución no es la misma en todas las áreas.
Hay que señalar también que
la pintura del Neolítico es monocromática (a diferencia del Paleolítico que
utilizaba varios colores).
La zona del Levante
es la que reúne los mejores ejemplos de pintura neolítica, aunque se pueden
encontrar más de 750 yacimientos repartidos por Cataluña, Valencia, Aragón,
Castilla-La Mancha y Andalucía.
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