Hoy en día, y a falta de nuevos descubrimientos , se admite que la escritura nace cuando los humanos tienen la necesidad de llevar un control de los bienes que poseen, de los excedentes que tienen que guardar. Y para saber cuánto tienen se ven en la necesidad de inventar unos símbolos que les sirvan para controlar sus bienes. Como dice Irene Vallejo en su magnífico libro El infinito en un un junco, "de las cuentas vienen los cuentos".
Estos antepasados nuestros vivían en grupos pequeños, de modo que les bastaba con el lenguaje oral para trasmitirse entre ellos lo que quisieran, y también entre su generación y la siguiente. Los mitos, las leyendas y las sagas, nunca escritas, pero nunca olvidadas, cumplían con creces esa misión. Y si algo debía hacerse presente de otro modo, más visual, para que todos los integrantes del grupo pudieran contemplarlo o reunirse en torno a ello, simplemente se pintaba o grababa sobre las inmutables paredes de las cuevas.
Los pueblos de cazadores y recolectores, en suma, no necesitaban la escritura; y tampoco requerían de ella los primeros agricultores y ganaderos, cuyos excedentes eran tan escasos que carecía de sentido registrar su volumen. Son, en suma, las primeras civilizaciones sedentarias las que pueden con todo derecho reclamar la autoría de los primeros signos merecedores del nombre de escritura.
Con todo, hay que señalar también que hay autores, como Noam Chomsky entre ellos, que afirman que "el hombre quizá inventó la escritura por necesidad, sí, pero no se trató de una necesidad económica, sino espiritual, la arraigada y muy humana necesidad de comunicarse".
No hay, pues, unanimidad en este aspecto.
Y de este nacimiento de la escritura como una primitiva forma de contabilidad se derivaría a una manifestación ideográfica de realidades concretas (objetos, seres), reproducidas por pictogramas que acabarían representando también conceptos o ideas abstractas por medio de dibujos simbólicos.
Un paso enormemente complejo y que se admite que se produjo en la antigua Sumeria, en el sur de Mesopotamia, a finales del cuarto milenio A. C, con la escritura cuneiforme sumeria.
Cuneiforme significa que, sobre una base de tablillas de arcilla húmeda, se hacían incisiones con un tallo vegetal biselado, llamado cálamo. Estas incisiones tenían forma de cuña (del latín cuneus).
Todas las escrituras fueron, en principio, pictográficas; es decir, utilizan signos que representan cosas Si quieres representar un pan, haces un dibujo de un pan. Más tarde, los pictogramas (dibujos) se convierten en ideogramas, así, el pan puede significar energía, fuerza. Y, después, con la combinación de dos ideogramas se llega a representar ideas abstractas (comer=boca+pan).
Pero el sistema no servía para enunciar nombres propios ni elementos gramaticales. Fue ahí donde el ingenio humano tuvo que agudizarse para inventar el fonograma: dibujos que representaban sonidos silábicos y que podían unirse para formar palabras; por ejemplo, un sol y un dado para indicar "soldado".
Este fue el inicio de los jeroglíficos egipcios, una combinación de sígnos figurativos y símbolos abstractos que fueron bautizados así por los griegos: de hieros, "sagrado" y glifo, "grabado".
La escritura nació en varios puntos del planeta sin relación entre ellos: China, Mesopotamia, Egipto, México… son los más famosos. Todo parece lejano y ajeno a nosotros, pero no lo es. Para descubrir el origen de nuestro alfabeto tenemos que ir a Egipto. Sí, el nacimiento de nuestra escritura son los jeroglíficos.
La escritura jeroglífica era tremendamente complicada y no todos los escribas eran capaces de dominarla. Es por ello que idearon una simplificación de la misma para los largos textos que debían escribir en los papiros. Se trataba de la escritura hierática, que en realidad no era más que una forma de escribir los jeroglíficos muy simplificados. Pero esta escritura se simplificó más aún, y en el siglo VI a.C. la dominante ya era la demótica, una realización que tomó como base la hiératica para hacerla aún más sencilla.
Esta imagen anterior es un ejemplo de escritura hierática, que procede por simplificación de la jeroglífica. Concretamente, éste es el Papiro Ebers, uno de los más antiguos tratados médicos y de farmacopea conocidos. Está fechado en el 1500 A.C.
Y la siguiente imagen nos muestra un ejemplo de escritura demótica, resultado de un proceso de simplificación de la escritura hierática. Este, es en concreto, un fragmento contenido en la famosa Piedra de Rosseta, fechada en el 196 A.C.
Parece, pues, que los procedimientos fundamentales establecidos para realizar una comunicación escrita han sido: pictogramas e ideogramas, logogramas, signos silábicos y alfabetos.
Egipto, como todo imperio, era multiétnico, y en la península del Sinaí, zona bajo su dominio, vivían pueblos semitas (como los judíos o los árabes). Estos cogieron algunos jeroglíficos y los usaron para escribir su propia lengua.
Se conoce muy poco de este sistema, no se sabe si era ideográfico, alfabético o un silabario (cada símbolo es una sílaba, como, en parte, el japonés), pero lo más importante está claro: fue la base del alfabeto fenicio. Y ya nada volvió a ser igual.
El alfabeto fenicio, con veintidós signos, tenía como característica la ausencia de vocales (era, pues una escritura "abyad" que es el nombre que reciben las lenguas que carecen de las mismas).Era casi una escritura de acertijos, ya que solo se escribían las consonantes de cada sílaba, dejando al lector la tarea de adivinar las vocales. De este alfabeto fenicio descienden todas las posteriores ramas de escritura alfabética, La más importante fue la aramea, de la cual proceden a su vez la familia hebrea, árabe e india. Tanto el alfabeto hebreo, que posee 22 caracteres, como el árabe, que posee 28, están basados en este modelo, por lo que carecen de representación para sus vocales, que se pueden indicar por medio de unos puntos y rayas que se colocan encima, debajo o junto a la consonante. La escritura se realiza de derecha a izquierda.
Las formas más antiguas de la escritura fenicia han sido encontradas en las inscripciones arcaicas de Biblos, cuyo origen se remonta a los siglos XIII y XI a. C.
Los fenicios impulsaron su escritura por todo el mar Mediterráneo, en el que se demostraron grandes comerciantes y navegantes. Allí entraron en contacto con el que puede que haya sido el pueblo más ilustrado de toda la historia europea: los antiguos griegos.
A estos les gustó el sistema fenicio, pero su lengua era muy distinta y no podía permitirse carecer de las vocales en la escritura. ¿Qué hicieron? Adaptaron el alfabeto fenicio según sus criterios y, además, añadieron símbolos nuevos para representar los sonidos vocálicos.
El griego fue, pues, el primer alfabeto de la historia con vocales y consonantes. Una invención digna de un pueblo sabio. Estaba totalmente consolidado en las polis griegas en el siglo IX A.C. Tal genialidad fue, que sigue escribiéndose hoy, exactamente igual, más de tres mil años después, y está disponible como opción en todos nuestros móviles.
Y de los griegos, pasó a los etruscos, que lo tomaron prestado de las colonias de la Magna Gracia que ocupaban lo que es el sur de la península Itálica, lo modificaron y formaron el alfabeto latino. Esto ocurrió alrededor del siglo VII A.C.
Y de esta manera toda la literatura oral que había llenado las vidas de tantas personas durante tantos siglos puede adoptar una fórmula mucho más exacta. Ya no depende de los cambios que cada narrador puede introducir, ya no hay lugar para los olvidos: ha nacido la prosa escrita.
En estas primera épocas los dos materiales más utilizados para el trabajo de escritura son, además de la arcilla, claro está, el papiro y el pergamino.
El papiro nace en las orillas del Nilo. Es una planta de una altura entre tres y seis metros y cuyo tallo puede tener el grosor del brazo de un hombre. Con sus fibras textiles, las gentes humildes fabricaban cuerdas, esteras, sandalias y cestas. El Antiguo Testamento nos recuerda que el pequeño Moisés fue abandonado en las aguas del Nilo en una cesta de papiro embadurnado con brea y asfalto.
Será con el faraón Ptolomeo II cuando el consumo de papiro alcanzará sus cotas más altas. Ptolomeo mandó construir la famosa Biblioteca de Alejandría, con la pretensión de tener allí una copia de todos los libros existentes en el mundo conocido. Y esto suponía un consumo importante de papiro, trabajo al que se dedicaron durante años los escribas.
El problema que presentaba el papiro era el de su duración: era un material frágil y además expuesto a la labor destructora de los insectos o la voracidad del fuego.
Y, como fruto de las rivalidades, un siglo más tarde, se crea una segunda gran biblioteca. Esta vez es en Pérgamo, en la actual Turquía, donde el rey Eumenes II, celoso del brillo de la Biblioteca de Alejandría, ordena construir la Biblioteca de Pérgamo, con la misma pretensión: tener una copia de los libros existentes en la época.
Ptolomeo V, el entonces faraón, no podía dejar que nadie le hiciese sombra y ordenó un boicot a las ventas de papiro a Pérgamo. Esto les obligó a buscar otro material apto para la escritura. Y su búsqueda se concretó en el pergamino (haciendo honor al nombre de la ciudad): pieles de becerro, oveja, carnero o cabra, debidamente tratadas se van a convertir en el nuevo soporte para la escritura de los libros.
El pergamino, además, tiene la ventaja de que permite la escritura por sus dos caras y es mucho más duradero que el papiro.
Y de la unión de varios pergaminos plegados, cosidos y encuadernados, nacerán los famosos Códices que durarán hasta el final de la Edad Media, con la aparición de la imprenta.
Los antiguos griegos y romanos escribían todo seguido, sin separaciones entre las palabras.Para entender lo que habían escrito, empezaban por leerlo en voz alta. Mientras lo leían en voz alta, se escuchaban a sí mismos y así, al oír el mensaje oral, lo entendían.
Hacia el siglo VII de nuestra era empezó a introducirse la práctica de separar las palabras mediante espacios en blanco (y de emplear mayúsculas y minúsculas) con lo que la lectura se hizo más fácil.
El primer documento escrito encontrado hasta ahora es el que se conoce con el nombre de las tablillas de Uruk (Uruk fue una ciudad a las orillas del río Eufrates, en lo que hoy día es Irak).
En 1929, Julius Jordan, un arqueólogo alemán, descubrió en la ciudad de Uruk una inmensa cantidad de tablas de arcilla. Estas tablas cubiertas por escritura cuneiforme, concluyeron los científicos, databan de hace 5.000 años.
El contenido básico de estas tablillas es económico y están relacionadas con los ingresos y gastos de los templos de la ciudad en forma de alimento, ganado y tejidos.
Otro de los textos escritos más conocidos de la antigüedad es el llamado Código de Hammurabi. En este caso se trata de una estela de roca, concretamente, de diorita de 2,25 metros de altura, por 50 cm en su zona más ancha. En la zona superior está representado Hammurabi en Bajorrelieve, de pie, delante del dios solar de la equidad en Mesopotamia, Shamash, deidad principal de la ciudad Sumeria de Larsa, o tal vez Marduk, dios de Babilonia. Debajo aparecen, inscritos en caracteres cuneiformes acadios, las leyes que regían la vida cotidiana en las ciudades del imperio babilónico. Actualmente está conservado en el Museo del Louvre de París.
Y otra de las piezas más conocidas es la Piedra de Rosetta. La piedra de Rosetta es un fragmento de una antigua estela egipcia de granodiorita inscrita con un decreto publicado en Menfis en el año 196 a. C. en nombre del faraón Ptolomeo V. El decreto aparece en tres escrituras distintas: el texto superior en jeroglíficos egipcios, la parte intermedia en escritura demótica y la inferior en griego antiguo. Gracias a que presenta esencialmente el mismo contenido en las tres inscripciones, con diferencias menores entre ellas, esta piedra facilitó la clave para el desciframiento moderno de los jeroglíficos egipcios. Está expuesta al público desde 1802 en el Museo Británico, donde es la pieza más visitada.
Debido a que fue el primer texto plurilingüe antiguo descubierto en tiempos modernos, la Piedra de Rosetta despertó el interés público por su potencial para descifrar la hasta entonces ininteligible escritura jeroglífica egipcia. La primera traducción completa del texto en griego antiguo apareció en 1803, pero no fue hasta 1822 cuando Jean-François Champollion anunció en París el descifrado de los textos jeroglíficos egipcios, mucho antes de que los lingüistas fueran capaces de leer con seguridad otras inscripciones y textos del antiguo Egipto.
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