En los primeros meses de 1939 alrededor de 500.000 personas huyeron a Francia por Cataluña, huyendo del imparable avance de las tropas franquistas. Una vez en Francia fueron recluidas en los llamados campos de internamiento (o de concentración) que se vieron desbordados ante la imparable avalancha humana que cruzaba la frontera.
Nombres como Argeles sur Mer, Saint Cyprien, Barcarés o Rivesaltes, en la zona costera y Gurs, Septfonds, Bram o Vernet d’Ariege, en el interior, han quedado para siempre en el recuerdo de la terrible huida de los republicanos que escapaban de la furia del ejército franquista.
Pero no sólo por Cataluña intentaban huir los republicanos. El puerto de Alicante se convirtió en una ratonera incapaz de dar salida a los miles de personas que se hacinaban en sus muelles esperando salir de España. Los rumores que corrían anunciaban la inminente llegada de barcos ingleses y franceses que los iban a sacar de allí y hacían creer que todos iban a encontrar solución a sus demandas. Pero la realidad fue otra. Muchos consiguieron encontrar un barco que los sacó de España, pero otros muchos miles no consiguieron salir. El 28 de marzo partió con casi 3.000 personas a bordo el último de los barcos que prestó este servicio: el buque Stanbrook, rumbo a Argelia. En días anteriores otros barcos como el Maritime, el Ronwyn o el African Trader también consiguieron sacar de España a muchos republicanos que huían a la desesperada, si bien en número inferior al Stanbrook.
Los que no consiguieron huir cayeron en el control de las victoriosas fuerzas franquistas. Las familias fueron separadas y la mayoría de los varones terminaron en campos de concentración como el de Albatera, en la misma provincia de Alicante, donde muchos fueron torturados, sometidos a trabajos forzados o ejecutados.
Los barcos que partieron rumbo a Argelia dejaron su carga en algunas de las ciudades portuarias de ese país: Argel, Orán y Constantina, fundamentalmente. Y allí comenzó para todos ellos un nuevo destino, un nuevo y cruel destino. Fueron recluidos en verdaderos campos de internamiento y trabajos forzados, creados por la Francia de Vichy con un objetivo: tener mano de obra barata para la construcción del ferrocarril Transahariano, un ambicioso proyecto que pretendía conectar el Mediterráneo con el África subsahariana para facilitar el transporte de recursos y tropas.
Los campos más conocidos fueron Colomb Bechar, Kenadsa, Djelfa, Lamdouare, Boghari, Aïn Sefra, Beni-Ounif y el de Gourrama (en la actualidad, en territorio marroquí. Estos campos formaban parte de una red que internaba a miles de personas, incluyendo republicanos españoles, judíos, comunistas, antifascistas europeos y locales, así como desertores y opositores al régimen.
Las condiciones de vida en el campo eran inhumanas. Los internos vivían en barracones de piedra, con escasa protección contra el clima del desierto. Los testimonios de supervivientes relatan la falta de ropa y calzado adecuados, enfermedades como diarreas y bronquitis, y castigos físicos. A pesar de estas adversidades, la solidaridad entre los prisioneros y la esperanza de una vida libre les ayudaron a sobrellevar la situación.
La liberación de estos campos no se produjo inmediatamente tras el desembarco aliado en el norte de África en noviembre de 1942. Muchos prisioneros continuaron en condiciones precarias durante varios meses más.
Como anécdota, señalar que Marcelino Camacho estuvo exiliado en Argelia, pero no estuvo internado en ninguno de los campos nombrados anteriormente. Tras la Guerra Civil Española, fue condenado a trabajos forzados en varios campos, incluyendo uno en Tánger, además del tiempo previo que estuvo preso en El Dueso (Cantabria). En diciembre de 1943 logró escapar de Tánger y cruzó al Marruecos francés, desde donde fue trasladado a Orán, en la entonces Argelia francesa. Allí se le concedió asilo político y comenzó a trabajar como fresador en talleres militarizados que colaboraban con la marina aliada.
Durante su estancia en Orán, Camacho conoció a Josefina Samper, una activista española con quien se casó en 1948. La pareja tuvo dos hijos durante su exilio. Camacho permaneció en Argelia hasta 1957, cuando, tras recibir un indulto por parte del régimen franquista, regresó a España y retomó su actividad sindical
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